Brindemos por Juan “Pollo” Raffo, que nos vuelve a emborrachar con una música sensual e inteligente, la combinación ideal. A su lado están los certeros Martin Rur (clarinete, saxo), Tomás Pagano (bajo) y Rodrigo Genni (batería). Más allá – o más acá – del cuarteto hay músicos invitados para algunos temas: Beto Merino (Percusión), Nora Sarmoria (voz y acordeón), Marcela Galvan (flauta) y Fernando Lerman (flauta contralto).
Viendo la reacción de Rita, mi pequeña de cuatro años, frente a la primera mezcla del disco que Juan me hizo llegar, descubrí que, por encima de cualquier preconcepto, este disco contiene música bailable. Así es: a estas liner notes debió haberlas firmado Rita. Y no digo “bailable” en manos de la danza contemporánea, que todo lo convierte en coreografía. Tampoco pienso en una música que nos arrebata del sillón y nos pone en movimiento indómito. Lo digo como la natural invitación a mecernos que sentimos cuando determinados discursos sonoros sintonizan su sentido más pleno en la respuesta física del oyente. Generalmente orientadas a las acentuaciones ternarias, las composiciones de Raffo entraman con ingenio el impulso rítmico con una elocuencia melódica exquisita. Todo expresado con una ironía velada, marca de un compositor y pianista que podríamos ubicar… ¿dónde?
Jazz fusión de cámara: un poco largo, suena a fórmula para salir del paso. Vivimos un tiempo en que, por un lado, se postula con engolamiento el fin de los géneros musicales tal como los conocimos a lo largo del siglo XX, y por otra parte los consumos culturales están más segmentados que nunca. Pero Juan “Pollo” Raffo va por la suya. Está informado –su música es bien contemporánea en la primera acepción del término – sin que esto lo condicione en sus decisiones. Él se considera, al menos por su formación, un ciudadano del jazz. En ese sentido, si uno empieza a escuchar este disco por su segundo track (“Borboleta”) se topará con un valsecito heterodoxo (pasa de pronto a un 5/8) à la Dave Brubeck, finísimamente desarrollado en la complicidad del saxo soprano con el piano. Pero antes de llegar a “Borboleta” está la extraña “Contrafrente”. ¿Qué sucede aquí? Una línea de bajo solitario y sincopado nos introduce en un tema pentatónico que bien podría animar alguna danza de Medio Oriente pero acentuada como si fuera una cumbia. Para el cierre, después de un falso final intervenido por el clarinete, un poderoso “todos juntos ahora” al mejor estilo rock progresivo. Ya no sólo hablamos de diversidad en un disco: la encontramos en un mismo tema.
Que este multiculturalismo llegue a buen puerto, sin empachar al oyente ni dejarlo flotando en un limbo de dudosas geografías, es quizá el mayor activo de Raffo como compositor. Veamos. Los acordes espaciados de “Rorschach” nos ubican en el ámbito del folclore del Noroeste. “Yerbal”, en cambio, está en línea con los temas más porteños de los discos anteriores. En “La leyenda de Grumete…” está sublimado el vals musette. “Calesita” gira con compás de milonga en tránsito. En “Yaguareté”, el tema con plan armónico más claramente jazzístico, todo empieza con un ritmo de gato, enorme y autóctono como el bicho que da nombre a la composición. El ostinato de bajo de “Terminal” crea un clima nocturnal– el momento dark de un disco en general luminoso – que podría traducirse como “Buenos Aires Hora Cero según Raffo”. “Filigrana”, uno de esos motivos de circo sin domador que alimentaron el cabaret de entre-guerra, desemboca en un trío de piano-bajo-batería que, en la sección medular del tema, improvisará sueltamente hasta el regreso del clarinete. Con “Brindis”, el disco encuentra su título y su cierre introspectivo y ensoñador: Raffo vuelve, solitario, a una Buenos Aires de copas vacías.
En todos los temas hay un método que va de la presentación de una frase punzante, fácil de memorizar, a una zona más abstracta y a la vez más intensa. En cierto modo, todo está fugado de lugar. Nada más diferente al minimalismo. En el contexto de una obra de tan rico despliegue, este disco introduce algunas diferencias respecto a los precedentes. Por lo pronto, hay una idea de ejecución grupal más equilibrada, quizá menos centrada en los teclados – en realidad, aquí sólo está el viejo y querido piano, ejecutado de modo impecable – y de una sonoridad cálida y confidente. Si los materiales melódicos parecen provenir de todas partes – efecto babélico de un estilo finalmente muy porteño -, las decisiones instrumentales son rápidamente identificables. Los contrapuntos, las leves variaciones de textura, la invención de la forma… Todo habla de una coherencia compositiva que ha encontrado en este virtuoso cuarteto su mediación perfecta. Y, en cierto modo, única. No imagino esta música en otros instrumentos, así como no imagino a Raffo desoyendo los sones populares que siempre alimentaron sus insobornables aventuras musicales.
Sergio Pujol
Autor de Jazz al sur. La música negra en la Argentina y Oscar Alemán, la guitarra embrujada, entre otros libros.