Rock Superstar: Trigémino: poblando la tierra de temblores
por Eduardo Mileo
En general, los artículos periodísticos salen como fábrica de chorizos. En general, no hace falta llamar a las palabras por su nombre. Es suficiente con pasarles por al lado pedaleando o mordisqueando las sílabas. En general, no fue esa noche. Porque esa noche fue en particular. Muy en particular. Bastaría decir que actuó Trigémino para definir la noche como estrellada y sin consuelo…
En general, los artículos periodísticos salen como fábrica de chorizos. En general, no hace falta llamar a las palabras por su nombre. Es suficiente con pasarles por al lado pedaleando o mordisqueando las sílabas. En general, no fue esa noche. Porque esa noche fue en particular. Muy en particular. Bastaría decir que actuó Trigémino para definir la noche como estrellada y sin consuelo. Pero se sabe que eso no basta. No basta porque están los monstruos que apestan a podrido y destilan simulacros de música bien recibidos por los desprevenidos de siempre. Y sin embargo hace falta decir (¡maldita sea!) que actuó Trigémino. Y entoces decir que a pesar de la noche que presume de frígida, a pesar del horror estatuido de una ciudad que sólo huele a gris, a pesar del falso orgullo de los falsos místicos del falso poder, esa noche escuché MUSICA. Porque esa nocha estaba Carlos triste (y se sabe que Carlos triste, como en general todo el mundo triste, destila la máxima poesía de que es capaz la lengua). Porque estaba Jorge parafraseando su mágica actitud de fibras estelares. Y estaba Marco, fundiéndose en un sólo golpe de brazo y palo y parche y alegría. Y Pollo navegaba su fragata de gaviotas olvidadas y piratas peregrinos.
Y ademeas estaba yo, gozando de la única manera posible de gozar la música, a saber:Preparando un espejo de gloriosas imágenes, de orillas inhallables; saboreando en la lengua la caricia verdadera de la noche, la verdadera caricia de la noche, la noche de las caricias verdaderas.